Una nueva manera de crecer

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Todos escuchamos hablar en algún momento del cambio climático. Solemos representarlo con imágenes de glaciares derritiéndose o de osos polares flotando en pequeños trozos de hielo. Y casi inequívocamente es catalogado como un problema ambiental. Pero las raíces del cambio climático abarcan cuestiones económicas, sociales y políticas que describen la manera en que vivimos. Comprende desde los bienes que consumimos y los trabajos que realizamos, hasta nuestra manera de relacionarnos. Mirar las causas más profundas detrás del cambio climático inevitablemente lleva a replantearnos la manera en la que entendemos el crecimiento, y nos desafía a pensar un nuevo paradigma de desarrollo.

Los últimos siglos fueron testigos de un crecimiento económico explosivo. La aplicación cada vez más sofisticada de tecnología transformó integralmente nuestra sociedad y nos permitió alcanzar los niveles de bienestar y sobrevida más altos en la historia. El uso de los recursos naturales fue una condición necesaria para este desarrollo, y está implícita en cada aspecto de la vida como la entendemos hoy. Las ciudades, estructuras de consumo y transporte, se establecieron bajo la premisa de que el medioambiente estaba a nuestro servicio, sin una consideración del impacto que estas actividades podían causar. Hoy en día sabemos que este modelo de desarrollo genera presiones cada vez más fuertes en los ecosistemas en los que opera, representadas principalmente por el fenómeno del cambio climático.

Como resultado de nuestras actividades, las concentraciones de gases de efecto invernadero aumentan a límites peligrosos. Esto implica consecuencias drásticas, y en muchos casos irreversibles, que nos afectarán directamente. Fenómenos climáticos cada vez más extremos e impredecibles, como sequías e inundaciones severas; contaminación del aire; aumento del nivel del mar que amenaza a las ciudades costeras; pérdida de biodiversidad y alteraciones en los patrones de lluvias con impacto directo en la producción de alimentos. Para 2050, por ejemplo, se espera una caída en la producción agrícola de entre el 10 y 25%, frente a un aumento en la demanda de alimentos del 60%. En 2030 los impactos del cambio climático le costarán al mundo más de 314 billones de dólares por año, y generarán 77 millones de pobres.

La evidencia científica indica que si queremos minimizar la probabilidad de ocurrencia de estos fenómenos es imperante reducir la cantidad de emisiones. Sin entrar en debates técnicos sobre la descarbonización de nuestra matriz energética o un modelo alternativo de consumo, es necesario dar un paso atrás y debatir qué necesitamos para poder mantener estos niveles de bienestar y lograr que beneficien a toda la sociedad, pero sin impactar negativamente al medioambiente en el que vivimos. El debate de cara al 2030 tiene que enfocarse en un nuevo paradigma de desarrollo que reconozca que operamos en un mundo con limitaciones, donde los valores éticos de conservación de ecosistemas y especies no sean socavados. ¿Somos capaces de mejorar la calidad de vida de nuestra población sin destruir el ambiente en el que vivimos? La inevitabilidad de las consecuencias del cambio climático acerca el debate a la acción. La pregunta es cómo podemos establecer los mecanismos para promover el desarrollo sostenible.

En este sentido, la educación con miras al 2030 tiene un rol fundamental: formar profesionales creativos y capaces de pensar soluciones innovadoras a los complejos desafíos de transformación a los que nos enfrentamos. La educación tiene que proveer herramientas para el cambio, generando espacios que fomenten la adaptación y la creación de un modelo de crecimiento sustentable, que promueva el uso de las tecnologías y estructuras basadas en la cooperación, y que apunte no solo a la juventud, sino a toda la comunidad. Una educación que integre el conocimiento de áreas que hoy parecen aisladas, como las ciencias y la psicología. Y que, por sobre todo, dote de herramientas que promuevan el progreso de aquellos con menores oportunidades. ¿Qué implica educar para el cambio? ¿Cómo logramos una educación integral? ¿Qué capacitación requieren los formadores? ¿Qué mecanismos se necesitan para transformar el conocimiento en acción?

Las innovaciones tecnológicas ofrecen oportunidades para transformar los procesos y productos en otros más sustentables. También es estratégico invertir en la investigación y el desarrollo de tecnologías más limpias. La dificultad radica en cómo direccionar la innovación hacia allí. Debemos pensar cuáles son los incentivos que contribuirían a romper el statu quo: ¿qué mecanismos lograrían que las compañías alinearan su estrategia con la sustentabilidad? En un contexto donde los recursos son escasos, conectar a las incubadoras de conocimiento, como universidades y think tanks, con empresas capaces de llevar a cabo inversiones de gran escala, maximizaría la eficiencia y reduciría el costo de la inversión. El sector energético representa una gran paradoja: de él se esperan las innovaciones más radicales, y sin embargo, se encuentra entre los sectores con menor inversión en investigación y desarrollo. Tenemos que pensar en las barreras que enfrenta la innovación en energía limpia.

Desarrollar un nuevo paradigma requerirá de una participación activa del Estado. Las instituciones locales tendrán un rol fundamental estableciendo las políticas de mitigación y adaptación al cambio climático, y promoviendo la divulgación de datos que permitan saber cómo afecta el cambio climático a los aparatos productivos y las fuentes de trabajo. También se debe incentivar una participación activa de la ciudadanía y potenciar las alianzas con el sector privado. Ante un fenómeno global como el cambio climático, la cooperación regional e internacional será un eje fundamental.  En relación a esto, debemos preguntarnos si las instituciones actuales son suficientes para responder a estos nuevos desafíos. ¿Cómo deberían transformarse para ser organismos flexibles, que actúen con la rapidez que impone el cambio climático?

Estas preguntas, entre muchas otras, son las que debemos hacernos si queremos construir un nuevo modelo de crecimiento, que promueva la igualdad, el desarrollo y la sostenibilidad ambiental. Estoy convencida de que este modelo existe, y también que está a nuestro alcance. Nuestro éxito depende, en gran medida, de que pongamos sobre la mesa la discusión sobre el camino hacia un nuevo modo de crecer.

Por: Mariana Fernández Escobar

Licenciada en Economía (UTDT) y mágister en Economía y Políticas de Energía y Medioambiente (UCL). Fue becaria Chevening, es voluntaria en la organización Sumando Energías y miembro BPG

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Este artículo es parte del libro Ideas “Ideas para la Argentina del 2030” impulsado por Argentina 2039, el programa de prospectiva y largo plazo de la Jefatura de Gabinete de Ministros de la Nación.